Según me explica mi madre, su abuela materna, que vivió en el pueblo de Otero de Curueño allá por el cambio de siglo del XIX al XX, pasaba por ser una de las vecinas que tenía el mejor huerto, árboles frutales incluidos, de todo el término municipal. El secreto parecía residir en que regaba las lechugas y todo lo demás con agua de sol, es decir, sacaba por la mañana agua del pozo y a cubos llenaba una caldera de cobre de unos cien litros, dejando que el sol la templase a lo largo del día y utilizándola para regar a la tarde.
Este tipo de caldera de cobre parece ser que era habitual en todas las casas, cuando se hacía en casa el pan, la matanza y todo lo demás. Si se tenía que calentar en ella algo al fuego, se colocaba sobre unas "estrébedes" y se hacía fuego debajo. En el caso de no tener que hacer fuego y para no dañar la débil chapa de la caldera colocaban entre ella y su soporte un "rodillo" trenzado de paja al estilo de los mazos de ajos.
Ayudándose del riego con agua de sol mi bisabuela conseguía buena fruta de manzanos, perales y hasta un almendro.
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