Para alumbrar el trabajo en el interior de la mina se emplearon en los primeros tiempos lámparas y candiles alimentados con aceite. La llama de éstos encendía muchas veces el grisú que se desprendía de la capa de carbón, provocando incendios y explosiones. La solución a este problema la propuso el inglés Sir Humphry Davy, quien en 1815 diseñó su primera lámpara de seguridad. Esta primera lámpara disponía de una fina tela metálica de hierro o cobre que rodeaba la llama, dejando, en parte, salir la luz e impidiendo la salida de la llama al exterior. La llama al contacto con la tela metálica se enfría suficientemente como para impedir su propagación al aire exterior.
Candileja de aceite.
Esta es una lámpara de seguridad.
En toda mina existía una lampistería en donde se guardaban y mantenían a punto de mecha y aceite las lámparas. El lampistero entregaba la lámpara encendida y cerrada al minero, al entrar a la mina, no pudiendo éste abrirla bajo ningún concepto dentro de la mina, pues ello podía provocar una explosión si se abría encendida o se volvía a encender, si por algún motivo se había apagado. Los últimos modelos de lámparas de seguridad consumían gasolina.
Candil de carburo.
Hasta bien entrados los años 60 del siglo XX en algunas minas, de poca importancia, se mantuvo el uso del candil de carburo, lámpara de llama abierta, y por esta razón, no de seguridad. Disponía de dos depósitos unidos mediante una rosca. El inferior contenía carburo de calcio y el superior agua. Para encenderlo se aflojaba el tornillo dejando pasar una pequeña cantidad de agua encima del carburo que reaccionando produce acetileno, un gas combustible que proporciona una llama de luz muy intensa.
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