Los orígenes de la escultura de Guzmán el Bueno, que se remontan al 23 de julio de 1894, cuando se publica en La Gaceta de Madrid, firmada por María Cristina de Austria una semana antes una orden anunciando la construcción de una estatua con unas medidas de tres metros y medio, que habría de fundirse en la Fábrica de Cañones de Artillería de Sevilla con bronce de deshecho y sería un homenaje a Guzmán el Bueno, el héroe de Tarifa, en la ciudad de León.
Se abrió un concurso público de escultores al que se presentaron varios famosos artistas, y que ganó el ya conocido Aniceto Marinas, creador también de la escultura de Velázquez, del Museo del Prado en Madrid. En 1898, el 18 de Julio, la revista Madrid Cómico publicaría un artículo ilustrativo de la obra de Marinas, en el que se podría observar el trabajo del escultor, que preparaba la entrega para comienzos del nuevo siglo. La revista afirmaba lo siguiente:
«La figura de Guzmán el Bueno es grandiosa: el heroico soldado y padre infeliz muéstrase al espectador en actitud severa, grave, imponente, abre la mano derecha para dejar caer el famoso puñal, mientras crispa nerviosamente la otra a impulsos de un dolor que no debe de tener semejante; en el rostro feroz de aquel indomable guerrero, se refleja la tempestuosa agitación de su alma, que en vano la voluntad pretende vencer para mostrarlo sereno ante el sanguinario enemigo.
La historia se comenzó a complicar, pues el bronce no fue fundido en Sevilla, sino en los talleres catalanes de Masriera y Campins, por la ausencia de trabajadores en la fábrica de Híspalis.
Se confirma, el 24 de febrero de 1900, según la Comisión Provincial, que la estatua está ya colocada en el pedestal, encargado al ya conocido por todos ustedes Julio del Campo, escultor que da nombre a una maravillosa calle y edificio en el que paso largas horas consultando los Archivos Municipales. Y cuya famosa placa de la Avenida Palencia ornamenta la esquina con el Paseo de Salamanca. El pago que la Comisión dio a Julio del Campo fue de mil pesetas por el pedestal.
Pero a finales del siglo XIX, no debía de haber muy buena relación entre las partes interesadas en «la cosa», que llamaban al acto los compañeros de El Provincial, pues hubo problemas incluso para pagar la envoltura, que desde finales de 1899 cubría a Guzmán el Bueno. El Diputado, Sr. Morán, impugnó la sesión del 4 de mayo, para que no se pagasen las 22 pesetas y doce céntimos que había costado la tela. También se creó una pequeña discusión en torno a la verja y zócalo que pretendía rodear a la estatua, avisando el arquitecto municipal, Manuel del Busto Delgado, que de hacerlo, parecería que se estaba levantando un abrevadero, en lugar de un monumento.
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