Cuenca minera por excelencia. Lo fue. Atrás quedó una época de esplendor. Ahora ya no queda nada, ni minas ni mineros. ¿Y carbón? En toda la geografía leonesa sonaba Matallana. Hablar de Matallana era hablar de minas, de carbón de mineros. Minas legendarias, entre las que destacaban Bardaya y Picalín como las más importantes, que durante décadas vomitaron miles de toneladas, transportadas por aquellas máquinas de vapor tan familiares, tan cotidianas, tan algo nuestro, camiones haciendo lo mismo desde otras minas por todas las carreteras y valles de la cuenca, mineros por todos los rincones. Aquel complejo llamado la Fábrica, con su gran lavadero, almacén general que suministraba a todas las minas de la Hullera Vasco Leonesa, gran taller, casa de máquinas, oficina central, que albergaba eso, la oficina de la empresa, despacho del ingeniero, topografía, racionalización, laboratorio y servicio médico, grandes parques de madera y brea, aquel gran edificio llamado la prensa, donde se fabricaban las briquetas, de ahí el nombre que se dio al complejo, y la caldera, con su alta chimenea que producía el vapor para deshacer la brea, con su sirena que sonaba a las horas de entrada y salida de los trabajadores de toda aquella factoría, aquella sirena, el pito como familiarmente se le denominaba, ya tocó el pito, se decía, era la referencia de la cuenca, por el pito se regían las gentes del campo, de la carretera, y todos los servicios que en la cuenca existían, y para las amas de casa, que por el pito ellas programaban su labor cotidiana, como las comidas para la llegada de sus hombres cansados del trabajo. Pero aquello se acabó. De la fábrica no queda más que un enorme solar que los lugareños no dan crédito de que allí hubiese lo que hubo, y ahora hay lo que no hay. Ya no hay minas, ni mineros, no hay máquinas, no hay camiones, no hay ruido, ya no toca el pito. Ahora la cuenca recuerdan en su silencio aquellos felices y maravillosos años en espera de tiempos mejores. Desde aquí sugiero a quien competa, si no llegó la hora de que en alguna plaza de algún pueblo se erija un Monumento al Minero que simbolice el recuerdo de una profesión tan noble y digna como la que más.
JULIO ARGÜESO RUIZ