lunes, 15 de junio de 2020

Riaño 1987


En 1987 EL PAIS relataba:

El martes pasado se reanudaron las tareas de demolición de edificios en la localidad leonesa de Riaño, en medio de una enorme tensión y una fortísima protección de la Guardia Civil. La primera fase de estos trabajos se había iniciado en diciembre del pasado año, con el objetivo inmediato de construir el viaducto que atravesará el embalse una vez que se proceda a su llenado. En aquella ocasión, el impresionante despliegue de fuerzas antidisturbios no impidió una considerable resistencia popular, pese a que los derribos se iniciaron contando con el factor sorpresa. Por el contrario, esta segunda fase de derribos ha encontrado un pueblo desmoralizado e incapaz de hacer frente a su destino de desaparición.


Fue el padre Antonio, cura párroco de Riaño, quien primero se dio cuenta de que lo del desalojo y las demoliciones de los inmuebles de la localidad iba en serio. El martes, a los pocos minutos de la llegada de la Guardia Civil, el sacerdote sacó los santos óleos de su vivienda y los transporté, en un pequeño maletín de madera, a la iglesia, distante muy pocos metros, quizá confiando en que allí estarían más seguros.Los vecinos riañeses opusieron un poco de resistencia ese día, el primero de esta segunda fase de demoliciones, pero ya el miércoles y el jueves, cuando vieron que lo que estaban viviendo no era una nueva amenaza de las que estaban acostumbrados a sufrir a lo largo de los últimos años, que iba muy en serio, que las palas arrasaban sus viviendas sin ningún reparo gracias a la amplísima protección de la Guardia Civil, la desolación se adueñó del pueblo. Voluntariamente sacaban los enseres de sus inmuebles, no sin lloros y sin rabia, pero voluntariamente.


Sólo unos pocos ecologistas de fuera de Riaño continuaban los últimos días encaramados a los tejados de las viviendas, e incluso ellos abandonaban su actitud pacíficamente en cuanto la Guardia Civil subía a conminarles a deponer su actitud.

Mientras, los miembros del Ayuntamiento, con el alcalde a la cabeza, Huberto Alonso, de 32 años, trataban por todos los medios de impedir, con los escasos medios legales que tenían ya a su alcance, la continuación de los trabajos. Querellas, interdictos, prohibiciones, apercibimientos. Todo era inútil. La fuerza de las palas era incontenible. Cada día que pasaba eran más los inmuebles derruidos y mayor la celeridad de la obra. El primer día fueron apenas ocho edificios; el segundo, una docena, y en los dos días posteriores se alcanzó ya la cifra de 40.Prácticamente, todos los servicios básicos -del pueblo -el edificio de Correos y teléfonos, los pocos hostales de la localidad (que estos días se encontraban al completo), las casas de comida, el panadero y el carnicero- recibieron la orden de desalojo. También la farmacia y las tiendas de comestibles se aprestaban a cerrar para su traslado. El jueves fue el último día en que los periodistas llegados de fuera pudieron comer un cocido en un restaurante del pueblo. Los dueños advirtieron que esa misma tarde comenzaban a desalojar y que, por tanto, no podrían ya dar nuevas comidas.


La desolación era total. Las calles, destrozadas por el paso de la monstruosa maquinaria y la acción de las barricadas incendiadas, eran un continuo trasiego de carromatos y tractores cargados hasta los topes de muebles, bicicletas desvencijadas, camas, pacas de heno. Todo ello ante la mirada un tanto incrédula de los niños y de miembros y miembros de la Guardia Civil -unos 300- que, portando escudos, cascos y armamento antidisturbio, ocupaban muy temprano las calles y no las abandonaban hasta muy echada la noche.Esteban Alonso, nacido hace 76 años en Riaño, decía resignado: "Esto es un avasallamiento tremendo. A mí sí me pagaron, pero toda esta juventud que está en la calle no ha recibido indemnización ni nada. ¿Adónde mandan a esta gente?".


En la defensa del valle de Riaño están participando diferentes colectivos ecologistas con intereses contrapuestos a los de los nacidos allí, quienes fundamentalmente basan sus reclamaciones en motivos económicos. Estos últimos, en su mayoría gente de edad y verdaderos propietarios de los inmuebles, forman el grupo de los indemnizados en los años sesenta. Por eso quizá, por estar ya pagados, no se atreven a ponerse en primera línea de lucha, a pesar de que se quejan de que lo recibido por la Administración fue "una miseria", y se limitan a apoyar a los más jóvenes, a los que tenían ocho y 10 años en aquel entonces, y que ahora se van a encontrar en la calle, después de haber montado negocios, haberse casado, formado familias, sin llegarse a creer nunca de verdad lo del embalse.


Estos jóvenes, agrupados en su mayoría en la Coordinadora de Afectados de la Comarca de Riaño (Cacor), no tienen viviendas en otras localidades, como tienen la mayoría de los que recibieron el dinero, y que, a pesar de ello, han seguido habitando los edificios de Riaño propiedad del Estado o utilizándolos en épocas de vacaciones. Pero no todo son móviles económicos por parte de los riañeses. José María, Alonso, hermano del alcalde y profesor de instituto en Madrid, tiene 30 años y se hace verdaderos quebraderos de cabeza para tratar de explicar que "no lo defendemos sólo por cuestiones económicas. ¿Por qué hay gente incapaz de comprender que existe un móvil que no sea el económico, de que somos un pueblo y de que hay que salvar al pueblo como colectividad?. Quizá la siguiente generación no se acuerde ya de Riaño, pero no hay que pensar en ella, sino en la de ahora".


La lucha de los vecinos de Riaño se ha visto aderezada desde el principio por distintos colectivos ecologistas, cuyo único móvil ha sido el de salvar el valle de Riaño, incluido el oso. Un oso al que muy pocos han visto, aunque muchos aseguran que baja al pueblo a aparearse.



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