Carlos García Díez nació el 15 de marzo del 1942 en La Llama de la Guzpeña, pueblo situado en la montaña de Riaño. Sus padres, Arsenio y Radegundis, se trasladaron al valle del Torío para comenzar una nueva vida en torno al emergente auge del carbón y de la mina.
Carlos se involucra desde la infancia en el negocio de sus padres, «Los Carpinteros», así llamados en la comarca. Ahí es donde ese niño comenzará a dar rienda a su ingenio con trabajos en madera, realizando innumerables maquetas, artilugios, castillos y todo tipo de elementos que su mente diseñaba. A esa vinculación laboral hay que añadir que su padre gestó en Carlos una pasión vital por los trenes, pasión que lo acompañaría toda su vida.
En el Barrio de la Estación, enclave logístico de trenes mineros y sobre todo con el famoso tren «roblano» que se dirigía a Bilbao, fue donde su mente fraguó ese entusiasmo por el mundo del ferrocarril. A ello hay que sumar que ampliaba sus conocimientos con visitas obligadas a museos o estaciones allí donde estuviera.
Persona autodidacta, creativa y con grandes habilidades artesanales, a finales de los 80 comenzó a diseñar alguna máquina, para posteriormente hacer el tren completo que hoy en día se conoce. Fue en este tren donde volcó todo su ingenio en sus horas libres y para 1998 ya estaba terminado. Para este trabajo recopiló materiales de desguaces, algunos se los regalaban amigos y otros los reutilizaba. Así los raíles y ruedas se los regalaron de ejes y vagonetas de una mina de La Valcueva, que posteriormente adaptó. También reconvirtió termos de agua, frenos de camiones, cazoletas de mina y desarrolló todo un trabajo con chapas, tornillos y todo lo que caía en sus manos, hasta dar forma a este ferrocarril tan singular como emblemático
Carlos nos dejó en el año 2000 y como buen amante del ferrocarril disfrutó del viaje de la vida hasta el último día.
Las siguientes fotografías se tomaron en verano de 2021.
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