El fielato era el nombre popular que recibían las casetas de cobro de las tasas municipales sobre el tráfico de mercancías, aunque su nombre oficial fuese el de Estación Sanitaria de Abastos, ya que además de su función recaudatoria ejercía un cierto control sanitario sobre los alimentos y mercancías que entraban o se vendían en las localidades.
El término fielato procede de fiel o balanza que antiguamente se usaba para pesar los productos y cobrar así las tasas correspondientes. Más de cien años estuvieron estos edificios aduaneros vigilando los trasiegos de mercancías por todos los pueblos y la mayor parte de las ciudades españolas.
Las entradas de Salamanca estaban vigiladas por los guardias del fielato, más temidos incluso que la Guardia Civil. Desde los años 50 del siglo XIX hasta los años 60 del siglo XX. Hoy son solo recuerdos de aquella España de la postguerra dominada por el estraperlo y la escasez de alimento.
El consumero o inspector del fielato era la persona que cumplía la misión fiscalizadora para que ningún producto alimenticio de consumo se escapara sin pagar el correspondiente impuesto: Las gallinas, los pavos en Navidad, los conejos, los embutidos y los huevos de las gallinas, incluso el pan blanco que traíamos del pueblo, siempre intentábamos agudizar el ingenio para ver cómo podíamos ocultarlos a los aduaneros, operación difícil, porque los inspectores se subían a los autocares y todo lo fiscalizaban y casi siempre encontraban el producto, la picaresca en la ciudad del lazarillo no era efectiva.
A pesar de lo que nos costaba pagar por la introducción de los alimentos y la antipatía que teníamos a los inspectores, que siempre nos obligaban a pagar lo que por ley correspondía, ahora y pasados muchos años, he sabido la finalidad de lo que allí se recaudaba: se destinaba a asfaltar calles, arreglar jardines, construir alcantarillas y pagar los servicios públicos, como es el alumbrado de las calles por parte del Ayuntamiento.
En la sociedad de entonces, con cartillas de racionamiento para casi todo y una economía que podíamos llamar de subsistencia, en una España deprimida por el final de la Guerra Civil, necesitada de reconstrucción, con el trascurso de los años y en momento de comienzo de una cierta bonanza económica los fielatos fueron desapareciendo
Hoy son un eco lejano, desconocido para la gran mayoría. Aquellas casetas de consumos se fueron perdiendo con el devenir de los años. Existen diversas iniciativas para conservar los que aún existen, rehabilitándolas para fines turísticos o como lugar de parada de peregrinos en la ruta del Camino de Santiago. Aún así, la gran mayoría no existen, son un recuerdo de ruinas abandonadas a la vera de caminos y carreteras, a la salida de pueblos por los que ya no transitan autobuses de viajeros, ni carros con caballerías, solo pasa el tiempo por aquellos lugares.
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