Seguramente más de 100 fábricas de gaseosas por toda la provincia nos podrían llevar a un sesudo análisis económico de lo que fue el sector. Y habrá quien lo haga o quien ya lo ha hecho, bien lo merece, pero lo que es evidente es que los gaseoseros han protagonizado un sin fin de historias, de todo tipo, como no podía ser de otra manera en unas gentes que pateaban, pueblo a pueblo, todas las comarcas. «La gaseosa no necesitaba publicidad, llamaba por sí misma, la buscaba la gente», reconocía uno de los últimos resistentes, José Fernández, de Vega de Magaz.
Los resistentes del sector andan todavía por las carreteras, los camiones de Espumosos por ahí siguen, bien es cierto que la gran mayoría ya no se dedican en exclusiva a ellos sino que han aprovechado la infraestructura, los contactos y la clientela y han montado distribuidoras que llevan, además de la gaseosa, cerveza, Coca Cola, vino... y un largo etcétera. Pero siguen siendo «el gaseosero». Y siguen siendo, en muchas ocasiones, unos personajes en los que se hace patente su costumbre de relacionarse con clientes de todo tipo. Uno de los últimos, Miguel el de Espumosos Robles, al frente de la cual estuvo su abuelo hasta cumplidos los 100 años, siempre gasta la misma broma cuando le preguntan por un vino: «Bébelo con gaseosa de la mía y si no la estropea es que es buen vino». Uno de los tipos más simpáticos y entrañables del circuito de la lucha leonesa lleva ese apodo: Gasi, El Gaseosero, de Marne.
Vinos Guerra (Cola York), Tío Pepe y Anís del Mono fueron los 3 primeros anuncios de la Puerta del Sol. No extraña si hablamos de muchas decenas. A la memoria de muchos lectores vendrán muchas más de las apuntadas: La Flor del Órbigo, Espumosos Robles, Zerep, Truji, La Mansillesa, Hobares, Kilim, La Pitusa, Love, La Preferida, La Cantarina...
No se quedaba el Bierzo atrás en esa industria y un excelente coleccionista, Antonio Molinero, seguramente quien atesora la mejor colección de botellas de gaseosa de la provincia, señalaba en una entrevista en Infobierzo una larga lista de nombres. Sólo en Bembibre había siete fabricantes: La bemibrense, Las delicias, Fernando y Antonio Viloria, Casado... y otras cuatro en Brañuelas. Más de sesenta citaba el coleccionista.
Historias muy parecidas en muchos de estos empresarios. Viejos camiones, muchos kilómetros en cualquier época del año, libretas para apuntar los pedidos, problemas con las comisiones de festejos para cobrar... pero buenos años cuando, como decía José Fernández, «los pueblos estaban llenos».
El butano no le debe su nombre a su color, sino a que hubo una fábrica llamada Butano Y entre tantos, muchas curiosidades. Como que dos de los que más fama alcanzaron fueron aquellos que para elegir su nombre le dieron la vuelta al original. La familia Arias le dio la vuelta a Laciana y creó Anaical; y la familia Pérez lo hizo con su nombre y creó Zerep. Los primeros tuvieron gran presencia en casi toda la provincia, con una importante flota de camiones, en las últimas décadas del siglo XX. No solo con la gaseosa, que también tuvieron, con refrescos de naranja y limón que competían con las todopoderosas Kas, Fanta... Y Zerep ahí sigue, bien es cierto que más volcada en el agua y, sobre todo, la cerveza.
Se ha hablado de Anaical, Kas... pero los refrescos de naranja y limón tienen otro nombre propio, nuestro butano. Mucho se ha discutido de él, dando por bueno que le viene su nombre de su color, pero el periodista Carlos J. Domínguez mantiene otra teoría en una documentada investigación: «Que Butano fue realmente una marca comercial de refrescos leoneses», ubicada en la Calle de la Corredera y regentada por un hombre conocido con el apodo de El Tío Barbas, según le contaba a Carlos J. uno de los dueños de Zerep, Juan Pérez. Esta explicación salva un escollo para el butano, que también lo hay de limón y, evidentemente, no es de color butano.
Curiosamente su destino, pese a su exitoso invento, fue el de la mayoría de viejas fábricas de gaseosa: convertirse en distribuidora de otras bebidas.
«Con lo que fuimos los gaseoseros, los del champán de los pobres».
A continuación se pueden ver algunas botellas de Espumosos Robles.
Mi madre trabajó, entre la década de los 40 y los 50, limpiando botellas en esta fábrica, en Matallana de Torío. En aquella época las botellas las cerraban con una chapa, como las de cerveza. También hacían refrescos. Primeramente fabricaban el jarabe, después lo mezclaban con agua, rellenaban las botellas y les añadían el gas, para después cerrarlas y meterlas en cajas de madera. Las botellas no iban etiquetadas, era la caja la que tenía la etiqueta.
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