jueves, 5 de diciembre de 2019
La nevadona de 1888
No fue una única nevada, sino una sucesión de varias de ellas que afectaron de lleno el área cantábrica durante algo más de un mes, entre mediados de febrero y mediados de marzo de 1888. Durante aquel período se encadenaron distintas entradas de aire frío de origen polar y las citadas nevadas, alguna de ellas de varios días seguidos de duración, acumulándose unos espesores de nieve impresionantes. La persistencia de un flujo muy marcado del norte, con un elevado contenido de humedad, sobre el Cantábrico, fue el factor clave que permitió la sucesión de esas grandes nevadas, intercaladas por breves períodos de calma en los que la nieve daba paso a fuertes heladas. Tan impresionante temporal invernal fue uno de los últimos coletazos de la Pequeña Edad de Hielo en España y en otras muchas zonas del hemisferio norte. En marzo de ese año tenía lugar una gigantesca tempestad de nieve en el noreste de los EEUU, dando lugar en Nueva York a la mayor nevada jamás registrada en la ciudad.
El 22 de febrero de 1888 en la zona de Pajares se acumularon entre 2 y 4 metros de nieve, pero al día siguiente cayeron otros 2 metros y medio. Murieron varias personas por las avalanchas. La madrugada del día 25 cayeron otros 60 centímetros y el día 26 otros 2 metros y medio. En otras zonas altas de Asturias hay referencias de bocas de túneles completamente tapadas por la nieve.
Los cántabros también se llevaron su buena ración de nieve, con espesores parecidos a los del interior de Asturias en la Montaña cántabra. La primera gran nevada ocurrió entre los días 14 y 22 de febrero del año de los tres ochos. En las localidades de Santiurde y Reinosa los ventisqueros alcanzaron los 3 metros y medio de altura. En Reinosa siguió acumulándose nieve durante la segunda gran nevada –entre los días 24 y 29 de febrero–, hasta el punto de que al comenzar marzo había entre 3 y 6 metros de nieve por igual en toda la villa. Finalmente, entre el 15 y el 20 de marzo volvió a nevar en abundancia, acumulándose entre 50 y 80 centímetros más.
Algunos pueblos permanecieron incomunicados hasta el mes de mayo. Por algunos relatos sabemos cómo fue el día a día de las gentes en pueblos sepultados literalmente por la nieve, tal y como ocurrió en Reinosa. Según un relato todavía en boca de los reinosanos más ancianos: “Al entrar en la calle Peñas Arriba se le apagó a uno el cigarro, y, arrodillándose, sobre la nieve, se agachó y le encendió en un farol del alumbrado público”. En una crónica del semanario El Ebro, refiriéndose también a Reinosa, se podía leer lo siguiente: “Un médico nos ha dicho que entró por una ventana de piso alto a visitar a un enfermo, otro lo hizo igualmente por un balcón y aún tuvo que descender [por la nieve] en vez de subir”. Sobran las palabras.
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