miércoles, 30 de diciembre de 2020

Sotero Barrón Rodríguez y su violín

Sotero Barrón Rodriguez fue un gran violinista que había llegado de Madrid a Ferrol en los años 20, tras haber alcanzado el Premio Sarasate en 1920 y ser concertino en la Sinfónica. Persona bohemia y de costumbres poco convencionales, nadie entendió que se instalara en una ciudad pequeña, industrial, militar y alejada de los ambientes musicales donde este hombre pudiera ganarse la vida decentemente. En Ferrol sobrevivía como podía, o lo que es lo mismo, malvivía la mayor parte del tiempo.

En aquellos años trabó amistad con Teodoro Amador Cobas. Teodoro, huérfano desde muy temprana edad, no tuvo ocasión de ir al colegio demasiados años. Siendo muy pequeño entró a trabajar en una tienda de ultramarinos como chico para los recados. Llegó a dormir en la trastienda entre los sacos de coloniales en bastantes ocasiones. Con el tiempo se convirtió en dependiente, y al fallecer el propietario de la tienda, ya era el dependiente más antiguo. Doña Minia, viuda del anterior tendero le traspasó el negocio en 1923, dándole todo tipo de facilidades para que le pagara el correspondiente traspaso. En la actualidad la tienda con el nombre de Casa Amador cumple cien años, a los que se podrían sumar algunos más con el anterior propietario, cuatro generaciones ya. 

Teodoro Amador era una persona con grandes inquietudes. Le gustaban la literatura y especialmente la música. En su casa había un cuarto de música donde en sus escasos ratos libres tocaba el violín. Cultivaba la amistad de intelectuales y músicos de la época. 

Entablaron una gran amistad y compartieron música y complicidades. Hasta tal punto que cuando nació uno de sus muchos hijos, Teodoro Amador propuso a su amigo violinista que fuera el padrino. Así fue, Sotero Amador Viñas tuvo un padrino violinista. Casi no lo conoció porque siendo muy joven desapareció de la ciudad y nunca más volvió a verlo.

Con el tiempo un hermano de Teodoro Amador, bastante más joven que él, también se convirtió en músico profesional. Tras pasar por el conservatorio y estudiar el intrincado mundo de ese instrumento tan complejo que es el violín, se dedicó hasta su jubilación a vivir de la música tocando en diversas orquestas hasta que recaló en Holanda. En unos “bolos” que estaba tocando en Huesca hace ya muchos años una casualidad hizo que coincidiera con un hermano de Sotero Barrón Rodriguez. Este hombre, médico de profesión y violonchelista aficionado, conocía las andanzas de su hermano por Galicia y era sabedor de la gran amistad con Teodoro Amador. Inmediatamente trabó una amistad sincera con su hermano, al que unos años después regaló el violín del Sotero, fallecido muchos años antes.

Teodoro Amador Cobas dada la amistad que tuvo con Sotero Barrón, le puso el nombre de Sotero a su hijo, Sotero Amador Viñas (Ferrol, 1929-2016). Lo mismo hizo éste años después con su hijo mayor, Sotero Amador Fernández, profesor en la Universidad a Distancia de Madrid.

El 23 de abril, además de ser el aniversario de la muerte de Cervantes y de Shakespeare, también es el día de San Jorge, patrón de Aragón. Este 2020 un día más de confinamiento. Pero no, no fue un día más. Una pianista aragonesa y un violinista gallego, Miguel Amador Viñas (Ferrol 15 de Marzo de 1936), afincados en Holanda desde hace muchos años, decidieron que ese iba a ser un día especial. Durante bastantes días estuvieron planificando el concierto. Sería en familia, retransmitido en directo gracias a la tecnología que hoy está al alcance de cualquiera. Al principio los artistas no estaban muy convencidos de hacerlo. Llevan tiempo retirados de la interpretación musical, el violín que había sido de Sotero Barrón está un poco “oxidado” y los problemas se multiplicaban por momentos.

En el periódico madrileño "El Sol" del 19 de mayo de 1920 

En el Conservatorio. Los alumnos de la clase de Música de cámara, que dirige en el Conservatorio el maestro Rogelio Villar, celebraron el lunes un ejercicio escolar en el que interpretaron las Sonatas en fa mayor, de Mozart; en sol mayor, de Beethoven  y la de César Franck. Tres parejas de artistas, violinistas y pianistas, fueron los intérpretes; en la primera obra Senen F. López y Luisa Stauffer; en la segunda, Sotero Barrón y Manuel Cerdeiriña, y en la última, José Alcolea y Luis Prieto.

Tanto en su criterio interpretativo como técnicamente, se notaba la influencia del maestro Villar, en quien se celebró mucho la labor de preparación dada a sus discípulos, siendo éstos muy felicitados por sus excelentes condiciones.

El profesor D. Rogelio Villar (X) con los Alumnos de su clase. 28/05/1919.

En el verano de 1925, dos estudiantes mejicanos, representantes de la Unión de Juventudes Hispanoamericanas, efectuaron una gira por las universidades españolas con el fin de establecer delegaciones de esta en las mismas. Entre las misiones que traían encomendadas estaba la de entregar al Rey de España el nombramiento de presidente de su organización, lo que llevaron a efecto en agosto de 1925 en audiencia, que para este fin, les concedió el monarca.

En el Día de la raza correspondiente a 1925, 12 de octubre de aquel año, se celebró en Santiago de Compostela una recepción en honor a estos escolares mejicanos que visitaron en esos días la ciudad, la cual, tuvo lugar en el paraninfo de la Universidad. Por la noche, ese mismo día, José Blanco Novo celebró en su casa una emisión, previamente autorizada, desde su estación experimental de radio de un programa en el que transmitió entre las once y doce de la noche, solos de violín interpretados por Sotero Barrón e interpretaciones de gaitas gallegas seguidos de varios discursos, entre los que cabe destacar, el inaugural de la Estación, que corrió a cargo de Manuel J. Lema, y, el de cierre de la emisión, pronunciado por Mariano Álvarez Zurimendi. A través del micrófono de la emisora de Blanco Novo, el representante de la Unión de Juventudes Hispanoamericanas, Humberto Soto, dirigió unas palabras a los estudiantes gallegos. El programa radiofónico fue escuchado desde la Facultad de Ciencias por una comisión de estudiantes e invitados a través de la estación receptora que allí había instada.

Uno de los lugares más frecuentados en la ciudad compostelana de aquellos tiempos era el Gran Café Español que regentaba Manuel Ramallo en la rúa del Villar, n° 37-39. En él se celebraban tertulias muy animadas y grandes conciertos en sus magníficos salones con gran capacidad para el público que allí acudía a entretenerse. Algunos nombres de las orquestas que actuaron en el Gran Café fueron: Gran trío París, quinteto Nebot, el terceto compuesto por el violinista catalán Ibarguren, y los renombrados, violinista, Celso Díaz, y pianista, Fuster; y el cuarteto dirigido por el violinista Sotero Barrón, discípulo del eminente Antonio Fernández Bordas y Premio Sarasate del Conservatorio Nacional en 1920. Acompañaban a Sotero, el violinista segundo, Justo Nieto, el pianista Luis Abeigón, y el violoncello Benigno SanMartín.

Sotero Barrón realizaba el servicio militar como soldado de cuota en el Regimiento de Infantería de Zaragoza, cuya sede era el Cuartel de Santa Isabel en Compostela, por lo que posiblemente esa circunstancia, unida a la de sus numerosas actuaciones musicales en lugares frecuentados por el capitán Blanco Novo hizo que se conocieran.

Arturo Soria (1844-1920) fue un gran urbanista y geómetra que hoy da nombre a una de las grandes avenidas de Madrid, una calle de seis kilómetros de largo que recorre el barrio de Hortaleza que él diseñó y que puede considerarse como la Gran Vía del distrito de Ciudad Lineal. En cualquier caso, esta zona que en su día estaba en el extrarradio de Madrid ya ha sido absorbida por el casco urbano de la ciudad y su diseño original también ha sufrido importantes transformaciones.

El Madrid de Arturo Soria responde a los revolucionarios principios que el urbanista madrileño consideraba esenciales para vivir con dignidad y con las mejores condiciones para sus habitantes, un legado que todavía se percibe hoy si uno se adentra en este territorio en el que conviven viviendas de poca altura con grandes espacios arbolados.

Arturo Soria concibió la Ciudad Lineal como la ciudad del porvenir, una ciudad urbanizada antes que construida, un lugar sano lleno de árboles y con todos los adelantos y comodidades de la época. El urbanista estaba preocupado por el medio ambiente, la contaminación, el precio de la vivienda, la distribución de la riqueza, la despoblación rural, la sostenibilidad y la movilidad. Todo ello porque le preocupaban la durísimas condiciones de vida de los miles de trabajadores que llegaban a la ciudad procedentes del campo en un momento de revolución industrial.

Sus utópicas ideas quedaron materializadas en su más celebrada obra, la Ciudad Lineal, que diseñó y promovió a través de la Compañía Madrileña de Urbanización. Arturo Soria imaginó ciudades en forma de línea, estructuras en torno al medio de transporte más moderno que había en su época: el tranvía. El urbanista acuñó el término “viviendas rurbanas”, con el que designaba aquellas casas unifamiliares y ajardinadas, mitad rurales y mitad urbanas, pero que estaban conectadas por transporte público. De hecho, también tenía un lema: “A cada familia una casa, en cada casa una huerta y un jardín”. Y, por si fuera poco, diseñó la Ciudad Lineal para que conviviesen familias de diferente clase social y que formasen comunidad, una idea casi revolucionaria para la época.

En la Ciudad Lineal se encontraba la Villa Fleta, un hotel construido por Mariano Belmás. Su primer propietario fue Francisco Amigó González, el cual vivió en la Villa durante sus primeros años hasta venderla a Sotero Barrón, y finalmente este la vendió al famoso tenor aragonés Miguel Fleta en 1924. Tras muchos años de abandono, fue derribada en 1985. El conjunto de la finca englobaba un total de 5.000 metros cuadrados con jardines. El edificio era de estilo neomudéjar, de ladrillo visto con jambas y dinteles que se pintaron de blanco. Su porche estaba sostenido por 4 columnas jónicas que englobaban la puerta principal y su azotea superior. El comedor estaba situado en la parte trasera de complejo. Tenía forma de herradura, y la azotea sobre el mismo tenía una balaustrada de piedra artificial de color blanco. Años después, el mismo Fleta remodeló el hotel a su gusto, eliminando la balaustrada original y la sustituyó por una de hierro, el porche se transformó en un hall y el estilo neomudéjar desapareció para dar paso a un estilo español. En el lado derecho tenía un torreón con cubierta de madera y teja plana sobre la cual había un pararrayos.

Durante la Guerra Civil la entrada a Madrid por la carretera de Hortzaleza estaba ocupada por el ejercito republicano desde el Cerro de la Cabaña, mediante un búnker que se encontraba donde está ahora el hospital San Juan de Dios y desde la Iglesia de San Juan Bautista y Villa Fleta, que estaba muy cerca de la Cuesta del Sagrado Corazón y fue sede del Segundo Cuerpo del Ejército e imprenta. Desde la torre de la Villa Fleta divisaban cualquier avance enemigo a través del arroyo Abroñigal (Hoy M-30).

Había ametralladoras en el cruce de las calles López de Hoyos y Navarro Amanda (Colegio de Huérfanos del Ejército). La Atalaya (enfrente de la piscina Stella) y Villa Sol (López de Hoyos con Arturo Soria) eran también residencias de miembros del partido comunista. Los kioskos (como el del Ruedo, en la Cuesta del Sagrado Corazón) servían de puestos de vigilancia, mantenimiento del tranvía y telefonía.

En la calle Antonio Cavero 72 fueron instalados algunos puestos de ametralladoras para dominar el Carril del Conde. Hortaleza y Ciudad Lineal se convirtieron en un nido de ametralladoras. ¿Por qué? Porque el cuartel secreto del partido Comunista estaba en Villa Eloísa (más conocida como Villa Rosa, sede de la Junta de Hortaleza). Desde Villa Eloísa se llegaba muy bien al Capricho (Alameda de Osuna) donde estaba el mando principal del Ejército Republicano a cargo del General Miaja.

Durante la semana del 5 al 12 de marzo de 1939 los kioskos de Ciudad Lineal fueron tomados por las fuerzas golpistas de Casado mientras los anarquistas tomaron Pueblo Nuevo. Los comunistas se vieron obligados a retroceder. 

El pozo de la casa Chitondo tenía conexión directa con el sótano, construida como vía de escape por si había que salir huyendo si Chitondo era tomado por el ejército nacional durante la Guerra Civil. Sin embargo, seguramente fue abandonado tras el golpe de Casado, como lo fue Villa Fleta y Villa Eloísa y las demás residencias comunistas. Sin embargo la conexión quedó abierta y como el agua de este pozo nunca se sacaba había veces que el sótano sufría inundaciones debidas a esta conexión.

Los Estudios CEA (Cinematografía Española Americana) fueron unos estudios cinematográficos españoles ubicados en Ciudad Lineal (Madrid), a la altura del puente que tomó su nombre (cruce entre la calle de Arturo Soria con la carretera de Barcelona (luego A-2), y cercano a la Avenida de América.​ Los estudios cerraron el 11 de noviembre de 1966 cerrando un capítulo importante de la producción cinematográfica española, con unas quince películas de media por año.

Existen registros de escenas rodadas en la Ciudad Lineal desde los inicios del cine, lugar ideal por sus grandes espacios abiertos, sus grandes jardines y magnificas construcciones, calles despejadas de transeúntes y la instalación del primer estudio cinematográfico en la zona, propició aún más los rodajes en sus alrededores.

Los estudios cinematográficos de la CEA (Cinematográfica Española y Americana) ocuparían el antiguo Parque de Diversiones de la Ciudad Lineal venido a menos en los años 30, que fue transformado y adecuado al efecto.

A partir de 1933 el antiguo teatro se convertiría en el plató 1 de la compañía, y su maravilloso frontón en el plató 2 para lo que fue techado para poderlo aprovechar con tal fin.

Dio esto lugar a que en decenas de veces se arrendasen terrenos contiguos y  caserones cercanos para rodar sus producciones que nos dejaron el recuerdo de la ciudad perdida.

Pero el primer registro del que tenemos constancia se realizó antes de la constitución de los estudios CEA.

En la Villa Fleta se rodaron "Canelita en rama" (1943), "El cochecito" (1960) y "Mónica Stop" (1969).

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